Felix Grande
El poeta flamencólogo
Félix
Grande, poeta, discípulo, marido y padre de poetas, ha muerto en Madrid con 76
años, después de una temporada de enfermedad y silencio, justo cuando se
cumplen 50 años de la publicación de su primer poemario, “Las piedras”,
que ganó el premio Adonáis en 1963 y llegó a las librerías en 1964.
Narrador, ensayista y flamencólogo,
Grande ha muerto a consecuencia de un cáncer de páncreas.
Nacido en Mérida (Badajoz) en plena
guerra civil en 1937, desde los dos años hasta los veinte vivió en Tomelloso
(Ciudad Real), donde será enterrado mañana.
Félix Grande estaba considerado como
uno de los grandes renovadores de la poesía y un experto en flamenco, miembro
de la Cátedra de Flamencología y estudios folclóricos. Recibió el Premio Nacional de las Letras (2004), el Premio Nacional de Flamencología (1980)
y el Premio Nacional de Poesía (1978).
En 1957 se muda a Madrid, donde
comienza a trabajar en Cuadernos Hispanoamericanos,
que dirigió entre 1983 a 1996. Mas tarde, fue responsable de la revista de arte
Galería y la colección El Puente Literario de la editorial
Edhasa.
Admirador
de Antonio Machado, Luis Rosales y Federico García Lorca, Grande obtuvo su
primer premio, el Adonáis en 1963, por “Las piedras”.
En 1965, logró el Premi Eugeni d'Ors por su novela corta “Las calles”.
Entre sus obras de narrativa, destacan, entre otras Lugar siniestro este mundo, caballeros
(1980), Fábula (1991), Decepción (1994), y La balada del abuelo palancas (2003).
El libro Memoria del flamenco (1995), que obtuvo el Premio
Nacional de Flamencología, está considerado un auténtico referente en la
materia.
En 2012 publicó su última obra, el
poemario Libro de familia, uno
de sus libros más libres y en el que refleja los pilares de su vida: su infancia,
su madre, su mujer, la poeta Francisca Aguirre, el padre de su mujer, la música
de Bach, el flamenco, Antonio Machado y Cesar Vallejo.
Una postal de nieve
Cuando me tienda
en la vejez
como en un mal cerrado sepulcro
maldeciré tu nombre
Sólo porque esta noche
enajenado y absorto en tu cuerpo
he deseado que fueras eterna
y no sabía si pegarte o llorar.
como en un mal cerrado sepulcro
maldeciré tu nombre
Sólo porque esta noche
enajenado y absorto en tu cuerpo
he deseado que fueras eterna
y no sabía si pegarte o llorar.
Del árbol de los tiempos
Del árbol de los tiempos nos hemos
desprendido
bajo todo un sistema de galaxias de años;
y ahora estamos mirándonos y nos vemos extraños
igual que dos océanos que se hubieran unido;
hemos viajado tanto, es tan hondo el misterio
de coincidir, y amarse, desde vías tan remotas;
aún estamos buscándonos en el tiempo: dos motas
de polvo de ciprés tanteando un cementerio;
nos estamos mirando como dos aves pobres,
lastimados de vuelo, lastimados de espacio,
lastimados del tiempo que nos ha estado viendo;
nos estamos mirando lo mismo que dos sobres
cerrados el uno frente al otro que, despacio,
se van abriendo, se van abriendo, se van abriendo
bajo todo un sistema de galaxias de años;
y ahora estamos mirándonos y nos vemos extraños
igual que dos océanos que se hubieran unido;
hemos viajado tanto, es tan hondo el misterio
de coincidir, y amarse, desde vías tan remotas;
aún estamos buscándonos en el tiempo: dos motas
de polvo de ciprés tanteando un cementerio;
nos estamos mirando como dos aves pobres,
lastimados de vuelo, lastimados de espacio,
lastimados del tiempo que nos ha estado viendo;
nos estamos mirando lo mismo que dos sobres
cerrados el uno frente al otro que, despacio,
se van abriendo, se van abriendo, se van abriendo
Fuentes:
El
Mundo.
El
Diario de Cataluña.
La
Vanguardia.
El
Periódico.
Comentarios
Publicar un comentario